Los domingos por la mañana las calles huelen a una mezcla de mantequilla, orina y cerveza.
El sábado me
dormí temprano. Estaba cansado por los trabajos grupales de la universidad y a
las 10:00 P.M ya estaba soñando. Desperté, tal vez era la medianoche, para ir
al baño. Regresé después a la cama. Moví mi cuerpo hasta alcanzar una posición
cómoda en la que conciliar el sueño, pero, aunque todas lo fueran, me fue
imposible volver a dormir. Al cerrar mis ojos otra vez mi mente se llenó de
recuerdos y planes que tenía en la semana. Salí, entonces, a la sala con la
intensión ver cualquier cosa hasta dormir. Puse la primera temporada de Bojack
Horseman en la TV, pero en lugar de aburrirme hice una maratón improvisada. Detuve
los capítulos cuando noté que el sol entraba lentamente por la ventana que daba
hacia afuera. Apagué la TV, di un suspiro, agarré el teléfono, y lo encendí.
5:30 A.M. Lo apagué nuevamente, di otro suspiro, esperé a que la hora pasara y el
sueño me venciera. Esperé una eternidad. Volví a ver el teléfono. 5:32 A.M. Me
harté, fui por una polera, me puse un buso, busqué mis llaves, me dirigí hacia
la puerta principal y salí sin pensarlo. Después cruzar el umbral y mientras
cerraba la puerta, me arrepentí, pero pensé que estaría peor adentro. Caminé, casi
en contra de mi voluntad, sin saber a donde iría, cansado, pero sin sueño, con un
millón de palabras por segundo saltando en mi cabeza, con el frío del invierno,
esperando el calor del verano al mediodía, bajo un cielo gris que comenzaba a
aclararse y el cual acompaña a mi distrito desde que fue fundado. Llegué a la
avenida. Basura por todas partes. Personas por ningún lado. Platos de Tecnopor.
Igual que en la playa un día cualquiera, me topé con botellas de cerveza y
latas de lo mismo. Cartón, tal vez utilizada por vendedores ambulantes la noche
anterior. Envolturas de chocolate. Bolsas de plástico. Me sorprendió no
encontrar alguna cáscara de fruta, ni siquiera donde sabía que vendían fruta. Ciertas
partes del camino y la autopista se encontraban húmedas. Pensé que podría ser
lluvia, pero el olor me indicó orina y cerveza. Seguí caminando porque nunca
había visto la calle a estas horas del día. Me dio hambre, pero aquí nadie despierta
tan temprano, así que las tiendas tampoco. Caminé la vereda, viendo el cielo,
los escasos árboles a mita de la pista, las personas que empezaban a salir de
sus casas con cara de sueño y una mochila, tal vez irán a trabajar. El cielo pareció
alcanzar su límite porque dejó de aclararse. 6:10 A.M, según mi teléfono. Luego
de guardarlo, mi nariz abandonó el olor a orine y cerveza para reemplazarlo por
un aroma a mantequilla derretida. Me di cuenta de que había una panadería
cerca, aunque cerrada todavía. El olor me acompañó por más tiempo, aunque
dejara de encontrarme con panaderías. Las calles se envolvieron de un exquisito
olor a pan por todas partes. Cerré los ojos y traté de imaginar el olor a café para
complementar. Caminé con los ojos cerrados. Los abrí segundos después por el temor
de chocarme con algo. Decidí volver a casa. Caminé de regreso. Los buses,
aunque vacíos, ya iban de aquí para allá. Cambié de ruta para no repetir los
lugares. Mientras más cerca estaba de casa, menos era el olor a mantequilla. Las
calles, aunque otras, siguieron llenas de la misma basura. Lima consume bastante
chatarra. Abundan las tiendas Express. Los puestos ambulantes dedicados a
desayunos están llenos de frituras. Los restaurantes muestran solamente comida llena
de aceite en el menú que promociona su local. Los Minimarket están llenos de
golosinas y galletas. Las personas salen de la panadería con bolsas enormes de
pan. Pensé, entonces, en hacer algo diferente. Busqué una tienda abierta que venda
también fruta. Llegué a una decidido a comprar un par de plátanos para el desayuno.
Toqué con una moneda la reja negra. El señor salió. Lo miré. Cerca a él noté un
panetón. Pensé en los plátanos y lo comparé con el panetón. Me preguntó que iba
a pedir. Me quedé en silencio tratando mentalmente de decidir. Finalmente pedí
los plátanos. Me sentí bien por la decisión. Cortó dos plátanos de un racimo, pero
antes de que me los diera, le pedí también el panetón. No me pude resistir.
Regresé a casa, me preparé leche, lo combiné con café, abrí el panetón y lo
desayuné sin tocar los plátanos.
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